XI

La máxima mística de que Dios está en todas partes, desde las cosas más elevadas a las más míseras, en las piedras, dentro de los bastones o en las cazuelas, según imágenes tradicionales, mundo finito preñado de infinito, se concibió bajo la figura de la autoridad divina, juez y legislador supremo, reino de las criaturas sometidas a sus designios; en la actualidad, desde una posición en la que todo exige pensar sin una figura dominante, en una situación execrable, que queda fuera de lo sagrado, la máxima se contempla como la simple constatación, más profana, de que no hay cosa en este mundo, por insignificante que sea, de la que no se pueda obtener una imagen, y además de forma ilimitada. El universo entero se convierte en (un) tema inagotable, execralidad de un infinito potencial, cuando lo único divino es el resplandor de la belleza en un mundo sin dueño. Todo es (una) imagen.